Descubre cómo el Trastorno de déficit atencional con hiperactividad (TDAH) Puede Cambiar Tu Vida: Mi Historia de Diagnóstico, Desafíos y Triunfos

Siempre me sentí diferente. Cuando era niña, era tan inquieta, buena para reírme y conversar en clases, que solía meterme en problemas.
Recuerdo que el libro de clases, en la hoja de anotaciones, tenía una raya roja que marcaba el límite antes de que los apoderados tuvieran que firmar la condicionalidad de matrícula. No solo llegué a esa línea, sino que la sobrepasé tantas veces que llegué a tener un apéndice al final del libro con varias hojas más. Pero por ser simpática, a menudo me dejaban pasar esas cosas.

A pesar de todos los problemas que causaba, era una niña feliz. Mi creatividad y dotes de liderazgo me llevaban a participar en todo, pero por dentro me sentía insuficiente. Mis hermanos siempre tenían mejores notas que yo, y nunca lograba aprender matemáticas y otros ramos que no me gustaban. Era la típica estudiante que se desconcentraba ante cualquier ruido o estímulo, me sentaban adelante sola pero terminaba conversando para atrás; apenas pasaba de curso y solo lo hacía bajo la presión de fin de año.
Esta frustración me llevó a no tener grandes metas al salir de cuarto medio, y abandoné varias carreras, una tras otra, a las que ingresaba entusiasmada, pero al poco tiempo, ya no me interesaban.

La «mala conducta» no se limitaba al colegio. En mi adolescencia, sentía un vacío inexplicable que no podía llenar, a pesar del amor y preocupación de mis padres. Buscaba la adrenalina en comportamientos de riesgo, y visité varios psicólogos y psiquiatras sin encontrar una respuesta que explicara por qué mi mente saltaba de un tema a otro o por qué necesitaba esa constante búsqueda de emociones intensas.

Ya en la vida adulta, la historia se repetía en mis relaciones de pareja y en el trabajo. Mis relaciones no duraban mucho porque mi interés se esfumaba rápidamente. En los trabajos, podía pasar días en hiperfoco, cuando un tema me interesaba tanto que me volvía una experta en poco tiempo, logrando resultados maravillosos. Mi creatividad sobresalía, pero olvidaba otros detalles, me costaba priorizar y volvía a sentirme perdida.

Todo comenzó a tener sentido cuando finalmente recibí mi diagnóstico de TDAH (déficit de atención con hiperactividad). Ese día, entendí. Me perdoné por tantos errores y comencé a reaprender cómo ordenar mi vida gracias a los apoyos que me brindaron. Aprendí a gestionar mi tiempo, no solo para dejar de procrastinar que era lo que me causaba estar frente al computador horas tratando de empezar a trabajar sin poder concentrarme, sino también para organizar mi vida social, de modo que no me agotara tanto y pudiera llegar a casa con energía para disfrutar y atender a mi familia.

Este aprendizaje ha cambiado mi vida, pero todavía necesito ese acompañamiento de manera permanente, a veces más seguido, a veces menos. Lo más lindo de todo es que mi entorno cercano también ha comprendido que no es falta de interés por el resto cuando no respondo llamadas o mensajes de texto; simplemente soy distinta, y ahora lo respetan.

A quienes aún no han recibido un diagnóstico, les digo que hay esperanza. Entenderme a mí misma y abrazar mi TDAH ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado. Ahora, me amo tal como soy y celebro las particularidades que me hacen única. Sí, hay desafíos, pero con un poco de ayuda, lo difícil se vuelve más llevadero. No estás sola en este camino, y descubrir quién eres realmente es el primer paso para empezar a vivir una vida más plena y auténtica. ¡Ser TDAH también puede ser maravilloso!

Sara

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